Micro y en 10 minutos estábamos allá. Llegamos, no estaba tan lleno aún. Habían varios viejitos con la cara colorada, y también estudiantes. Un mesero nos recibe y nos ofrece un terremoto a cada uno. Aceptado. Nos instalamos en una sala vacía. Los siete caballeros, en una mesa redonda, al centro de ella. Como es sabido, las paredes estaban llenas de firmas, incluso de compañeros de facultad. Hay algunos comentarios y dedicatorias que son notables... para todos los gustos.
Recibimos los terremotos, noble bebida de pipeño con helado de piña. Para acompañarla, como buenos chilenos, pedimos una empanada de pino para cada uno. Llegaron en un rato, recién sacadas de horno de barro, doraditas, con harto pino. Y ahí empieza la conversa y el bebestible. Comprenderán que al ratito ya estábamos más jugosos que de costumbre. La “conversación” ahí sostenida no se reproducirá en esta crónica… para qué, si eran puras cabezas de pescado.
Servido y terminado este nutritivo almuerzo de campeones, ahora se venía lo “mejor”: volver a la U a clases.
Luego contamos la hazaña, y varios compañeros se quieren unir a nosotros la próxima vez que vayamos. Una experiencia genial, y que vamos a institucionalizar. Una vez al mes, en masa partir al territorio de los guachacas: La Piojera. Con un casual terremoto y empanada, el Piojerazo recién comienza. ¡Salú!